#GenesisInterview
Saludos a todos
nuestros amigos y amigas, Génesis en su Diversidad y Los Pasadizos de Liminiith unen esfuerzos para traerles en exclusiva la primera parte de tres de una entrevista ni más ni menos
que con la llamada Madre de Todos los vivientes, ella es Eva. Y será la primera
de diversas entrevistas que realizaremos a los personajes más interesantes de
Génesis.
***
Entre los dos ríos de Mesopotamia fue el escenario
perfecto para platicar con una mujer ante todo inteligente, y aunque suele
olvidarse, muy hermosa también. Caía la tarde y parece que era su hora
favorita, una sonrisa llenó su ancestral rostro mientras se acomodaba en su
silla a punto de iniciar nuestra plática al aire libre.
Génesis en su Diversidad (GD): Primeramente muchas
gracias por aceptar nuestra entrevista, sabemos que es más común hablar de ti
que contigo.
EVA (E): Al contrario el gusto es mío, me encanta poder participar en estos espacios creativos.
GD: Antes que nada quisiera que te presentaras
brevemente, sé que parece innecesario, ¿quién no te va a conocer?, pero
quisiéramos escucharlo de tu propia voz.
E: Con gusto. Mi nombre es Eva, aunque la primera palabra
que escuché para referirse a mí fue “Ishá”. Fui creada por Dios a partir de la
costilla de Adán, mi esposo, con el objetivo expreso de ayudarle al pobre con
la administración del Jardín del Edén. El nombre “Eva” no lo recibí sino hasta
después del incidente más feliz de mi vida, del que, supongo hablaremos
específicamente. He vivido los últimos milenios al oriente de lo que era el
Edén. Me gustan los frutos jugosos, las serpientes, el aire del campo y el
atardecer.
GD: Muchas gracias. Pues empecemos por el
principio, literalmente. ¿Cuál es tu primer recuerdo?
E: La impronta más arraigada que tengo es Dios,
formándome, como he dicho, a partir de la costilla de mi esposo. Sabía que mi
objetivo de existir era muy importante, ahora le llamarían ser una hacendada.
Algo así como lo que hacía una mujer de una novela que leí recientemente “Doña
Bárbara” es el título.
GD: Es decir, que ¿desde el principio sabías
para qué habías sido creada?
E: Sabía para qué Dios y Adán me querían, que estuviera o
no de acuerdo es otra historia.
GD: Pero estaban claras las reglas, ¿no?
E: Mira, quien sí recibió muchas reglas y órdenes fue mi
esposo. El pobre se afligía cada vez que Dios llegaba a hablar con él, se ponía
nervioso, se arreglaba su manzana de Adán (ahí no habían corbatas), alzaba el
cuello y ponía atención a las instrucciones. Era un tanto cómico verlo. En lo
personal yo sabía lo que tenía que hacer, eso de administrar un Huerto no es
tan difícil, ¿sabes? ¡Pobre Adán!, era un desastre.
GD: Pero sabemos de buena fuente que había una
orden muy especial.
E: Ah, claro. Debíamos guardar y labrar el huerto, y Adán tuvo un éxito relativo al nombrar a los
animales, que fue una de las primeras cosas que hizo. Le digo relativo, porque
con el paso del tiempo llegó un hombre de apellido Linneo que volvió a nombrar a
todos los animales. Recuerdo el día que eso pasó, Adán llegó hecho una furia a
la casa, azotó el periódico donde se enteró de la noticia, y dijo que iba a
reclamar, que nunca había recibido el memo de cambio de régimen. Que al menos
merecía algo de crédito por el uso que los animales habían realizado del nombre
que él les puso. Al final terminó siendo buen amigo de Carlos, ah y también de
otro Carlos, pero hablamos de él luego.
GD: Entiendo lo de esas órdenes pero yo me
refiero a otra orden, a una muy importante.
E: Me rindo, no sabría cuál.
GD: Veamos, aquí tengo el registro, a ver si
refresca tu memoria: “Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no
comerás, porque el día que de él comieres ciertamente morirás”.
E: No, no recuerdo algo así, ¿qué documento tan peculiar
estás leyendo?
GD: ¿Quieres decir que no sabías de esta
instrucción?
E: Pues más bien parece amenaza, pero no, no sabía nada.
GD: ¿Adán nunca te dijo?
E: ¡Vamos!, Adán decía muchas cosas… quizá llegó a
mencionar algo alguna vez después de la cena (desvía la mirada y juega con su perfumado cabello), pero así como
que fuera algo muy importante, pues…
GD: Entonces, ¿cuándo te acercaste a ese árbol?
E: ¡Esa fue la tarde más llena de emociones de toda mi
vida! Adán había terminado de darme una perorata sobre su gran autoridad, figúrate
que él creía que ¡me había parido! Yo le decía, oye Adán, salí de tu costilla,
no de tu vientre, pero él se empeñaba en decir que fue creado primero, como si
los prototipos fueran más importantes que la versión final. Como sea, decidí ir
a pasear y casualmente di con el árbol.
GD: ¿Adán no estaba ahí contigo?
E: Eh, él estaba cerca, pero distraído. A veces aunque
estuviera a mi lado era como si no estuviera. Lo amo mucho, quizá por ese
carácter meditabundo e infantil, siempre admirado de todo lo que ve.
GD: Te acercaste al árbol.
E: Ah, sí, lo vi muy atractivo, un follaje excepcional, el
aire obtenía el aroma de sus hojas y fruto con el que se inundaba el Huerto. El
sonido que emitía era como de carrozas con caballos a galope por las llanuras
del Sinar. Sentarse a su sombra era habitar al abrigo del Altísimo, desde ahí
todo se veía mejor.
GD: Y entonces apareció.
E: ¿Quién?, ¿te refieres a la serpiente?
GD: Claro, a ella.
E: (La prístina
mujer ríe a carcajadas, aunque la entrevista era al aire libre, de pronto
pareció que su risa nos envolvía como paredes, como el vientre materno que
protege a su bebé). ¡Ay la Serpiente!
GD: ¿Tenía patas?
E: ¡Oye!, no interrumpas con preguntas tan tontas.
GD: Disculpa.
E: Te decía, la Serpiente llegó, esplendorosa,
resplandeciente. Nada comparable al brillo que Adán y yo emitíamos, pero bella
a su manera. Se me acercó con cara de astucia y me dijo que si Dios nos había
prohibido comer de todo árbol del Huerto, la mire extrañada y un poco tirándola
de a boba. Le dije que no, que ¡ah!, ¡ya recuerdo!, que Adán alguna vez me dijo
que podíamos comer de cualquier árbol excepto de ese, porque entonces íbamos a
morir.
GD: ¿Qué dijo luego la Serpiente?
E: Pues que era mentira, que Dios sabía, ¡figúrate nada
más!, que si comíamos de ese árbol seríamos como “dioses”, como él. Que por eso
lo había prohibido.
GD: ¿Tú lo creíste?
E: Te vendo un micrófono mi amigo.
GD: ¿Qué?, ah, gracias, ya tengo uno, justo
este con el que te estoy entrevistando.
E: ¡Precisamente! Yo ya poseía la imagen de Dios, ¿para
qué iba a querer comprar algo que ya tenía?
GD: ¿Entonces?
E: El fruto me atraía desde hacìa mucho tiempo, pero no me
había atrevido a comerlo. Así que ahí, con la Serpiente diciéndome esa sarta de
tonterías para que lo comiera, pues… ¿esta entrevista se difundirá en muchos
lados?
GD: Es para nuestra página “Génesis en su
Diversidad”, y para un blog llamado “Pasadizos de Liminiith”, no tenemos gran
alcance.
E: Bien, aquí en confianza te confesaré que vi el cielo
abierto, mi mejor oportunidad. Podría comer del fruto y tener a quien echarle
la culpa si la situación se ponía fea.
GD: Entonces, ¿no te tentó la Serpiente?
E: (Intentando
aguantar una carcajada) Okey, digamos que la mejor manera de ser tentado es
en las cosas que deseas. Lo que sí ocurrió fue que, de pronto, con todo y que
había admirado tantas veces el fruto, de pronto me pareció distinto. No sé, me
invadió un gran antojo, me pareció más suculento que cualquier otra cosa en el
mundo y de pronto lo supe. Ese fruto tenía el néctar de la sabiduría.
¿Cómo me di cuenta?
No lo sé. Quizá después de todo la Serpiente sí tenía cierta magia. ¡No puede
resistirlo!, extendí la mano temblorosa pero decidida, toqué esa tierna y
aterciopelada superficie, palpé una textura suave pero consistente, como un
pecho materno rebosante de leche. Lo arranqué sin piedad de su racimo y lo
llevé de inmediato a mi boca con las dos manos. Su aroma llenó mis sentidos,
una brisa resopló extendiendo mi cabello cual largo era, y mi perfume se conjugó
con el prohibido aroma del fruto. De pronto todo el Huerto parecía ausente,
como si estuviera bajo los reflectores de un escenario y mi deseo fuese la
actriz principal.
¡Lo mordí!, mi
lengua nunca había sentido tan grande éxtasis y un escalofrío recorrió mi
espina, mis glúteos se tensaron y mis piernas flaquearon, los dedos de mis pies
salieron de su pereza y se retorcieron felizmente, mientras mi respiración se
entrecortaba y mis manos se apretaban disfrutando la textura del fruto que
penetraba mi ser.
La Serpiente tenía
razón, morí…
***
Hasta aquí dejamos esta primera parte de la entrevista
con Eva. En las próximas entregas conoceremos más sobre el incidente del
Huerto, como ella le llama, así como su vida después del Huerto. También
platicamos sobre su aparición en diversos dibujos, novelas y cultura popular y
desde luego, las preguntas que nuestros suscriptores amablemente nos hicieron
llegar. ¡No se la pierdan!
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