No son zombies ni
extraterrestres con arneses, no será la súper bomba ni el calentamiento global.
Si algo amenaza a la humanidad y la pone en riesgo de extinguir la racionalidad
que le queda es el ataque los pop-up.
Los pop-up, o “ventanas emergentes”, el terrorismo de la
publicidad, golpes visuales que llegan cuando menos lo esperas mientras estás
feliz navegando en internet. Son piratas cibernéticos que abordan sin piedad tu
nave.
Son como parásitos que se adhieren a tu cuerpo de ventanas,
y si los extingues cerrándolos corres el riesgo de hacer morir todas tus
ventanas con él. El precio de la cura. Pero una cura momentánea pues en la
siguiente sesión vuelven a aparecer.
Más allá de metáforas de las postrimerías, los pop-up son
estrategias de comunicación ideológicas. Teniendo como referente la psicología
de masas de la post-guerra, quienes pagan para minar la red con ventanas emergentes
creen en el axioma: “el éxito de comunicación es igual al tiempo de exposición
de la pieza”.
Considera que los seres humanos sólo
actuamos por estimulo-respuesta, y no ve otras facetas de nuestro ser como la
deliberación, la incomodidad, el enojo y nuestra capacidad, como consumidores,
de castigar a las marcas violentas visualmente.
En internet los pop-up más comunes son de juegos, fotos de
conejitas, concursos. Pero en la televisión abierta, al menos en México, también
hay estrategias pop-up. Resulta que ahora estás viendo un programa y sin más ni
más, a un minuto de regresar del suplicio de los comerciales, cortan bruscamente
la transmisión para poner el anuncio del patrocinador favorito.
¿En serio creen que así usaremos más una tarjeta de crédito
o que tendremos como top en nuestra mente la marca de su camioneta? La verdad, por algo lo creen.
Lo preocupante del ataque pop-up no son los pop-up, sino las razones del por qué creen que algo así funcionará. La razón es muy sencilla, globalmente no hemos demostrado inteligencia en nuestro consumo de información, pareciera que, en efecto, respondemos a lo que vemos más.
De algún modo la sociedad global demuestra que aquello más transmitido en televisión, más comentado en internet, con más likes o retuits, es “lo verdadero”. En la época de la saturación de la información, sólo los números más grandes son ciudadanos.
De algún modo la sociedad global demuestra que aquello más transmitido en televisión, más comentado en internet, con más likes o retuits, es “lo verdadero”. En la época de la saturación de la información, sólo los números más grandes son ciudadanos.
Y he ahí el riesgo humano: dejarse llevar por el consenso
global. Que las localidades sucumban ante los imperativos, ya no de la mayoría,
de la gran muchedumbre (esa que Juan vio en visión en Patmos).
Los pop-up no nacieron de la nada, nosotros pusimos las
bases para su ataque, toda vez que los criterios políticos son tan pocos y
reducidos a polarizaciones: el partido bueno y el malo; que la opinión pública
ya no es opinión sino repetición (like al que me gusta más, retuit al
verdadero, ¿para qué pienso algo de mi mismo?), incluso cuando aceptamos los
dictados del mercado: El próximo “aifon” será mejor que este, hasta la
eternidad.
Viendo una sociedad así, ¿cómo las agencias de publicidad no
van a pensar que la mejor manera de ganar terreno es sobre-exponiendo a la
población a sus comunicaciones? Sólo
podremos librarnos de los pop-up cuando demostremos que la mayoría no está en
lo correcto, que la realidad no es blanco y negro, que nosotros, los navegantes
en internet, tenemos muchos criterios propios, imposibles de reducir en algún algoritmo
de mercado.
Entonces sí conoceremos una época milenaria donde no habrá
más llanto ni tristeza por sesiones perdidas,
y dónde cada quien se podrá sentar debajo de su higuera para conectarse
a internet y ver la tele, sin acoso planificado, porque este ya no tendrá sentido
en una sociedad de consumo inteligente.
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