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miércoles, 5 de diciembre de 2012

El ataque de los pop-up


No son  zombies ni extraterrestres con arneses, no será la súper bomba ni el calentamiento global. Si algo amenaza a la humanidad y la pone en riesgo de extinguir la racionalidad que le queda es el ataque los pop-up.

Los pop-up, o “ventanas emergentes”, el terrorismo de la publicidad, golpes visuales que llegan cuando menos lo esperas mientras estás feliz navegando en internet. Son piratas cibernéticos que abordan sin piedad tu nave. 

Son como parásitos que se adhieren a tu cuerpo de ventanas, y si los extingues cerrándolos corres el riesgo de hacer morir todas tus ventanas con él. El precio de la cura. Pero una cura momentánea pues en la siguiente sesión vuelven a aparecer.

Más allá de metáforas de las postrimerías, los pop-up son estrategias de comunicación ideológicas.  Teniendo como referente la psicología de masas de la post-guerra, quienes pagan para minar la red con ventanas emergentes creen en el axioma: “el éxito de comunicación es igual al tiempo de exposición de la pieza”.

Considera que los seres humanos sólo actuamos por estimulo-respuesta, y no ve otras facetas de nuestro ser como la deliberación, la incomodidad, el enojo y nuestra capacidad, como consumidores, de castigar a las marcas violentas visualmente.

En internet los pop-up más comunes son de juegos, fotos de conejitas, concursos. Pero en la televisión abierta, al menos en México, también hay estrategias pop-up. Resulta que ahora estás viendo un programa y sin más ni más, a un minuto de regresar del suplicio de los comerciales, cortan bruscamente la transmisión para poner el anuncio del patrocinador favorito.

¿En serio creen que así usaremos más una tarjeta de crédito o que tendremos como top en nuestra mente la marca de su camioneta? La verdad, por algo lo creen. 

Lo preocupante del ataque pop-up no son los pop-up, sino las razones del por qué creen que algo así funcionará. La razón es muy sencilla, globalmente no hemos demostrado inteligencia en nuestro consumo de información, pareciera que, en efecto, respondemos a lo que vemos más.

De algún modo la sociedad global demuestra que aquello más transmitido en televisión, más comentado en internet, con más likes o retuits, es “lo verdadero”.  En la época de la saturación de la información, sólo los números más grandes son ciudadanos.


Y he ahí el riesgo humano: dejarse llevar por el consenso global. Que las localidades sucumban ante los imperativos, ya no de la mayoría, de la gran muchedumbre (esa que Juan vio en visión en Patmos).

Los pop-up no nacieron de la nada, nosotros pusimos las bases para su ataque, toda vez que los criterios políticos son tan pocos y reducidos a polarizaciones: el partido bueno y el malo; que la opinión pública ya no es opinión sino repetición (like al que me gusta más, retuit al verdadero, ¿para qué pienso algo de mi mismo?), incluso cuando aceptamos los dictados del mercado: El próximo “aifon” será mejor que este, hasta la eternidad.

Viendo una sociedad así, ¿cómo las agencias de publicidad no van a pensar que la mejor manera de ganar terreno es sobre-exponiendo a la población a sus comunicaciones?  Sólo podremos librarnos de los pop-up cuando demostremos que la mayoría no está en lo correcto, que la realidad no es blanco y negro, que nosotros, los navegantes en internet, tenemos muchos criterios propios, imposibles de reducir en algún algoritmo de mercado.

Entonces sí conoceremos una época milenaria donde no habrá más llanto ni tristeza por sesiones perdidas,  y dónde cada quien se podrá sentar debajo de su higuera para conectarse a internet y ver la tele, sin acoso planificado, porque este ya no tendrá sentido en una sociedad de consumo inteligente. 

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